cuento corto
películas para niñas





De nuevo viernes, otra vez Cinépolis. Nuevamente su elección de película. Ana Luisa no recordaba cuantos meses llevaban con esta rutina. Cuántos años ella llevaba teniendo este tipo de citas. Cuántas veces había cedido ante la elección de películas de su marido sin poder elegir la suya, solo por que su estilo era un tanto ‘rosa’, ‘absurda’, ‘infantil’ o ‘dramática’. “Son películas de niñas” había escuchado decirle más de una vez a su marido, y con resignación había aceptado entrar a ver películas que a ella le parecían aburridas.




Esta ocasión no había sido la excepción, sin embargo algo había diferente en su interior. Esta vez Ana Luisa era consciente, tan consciente como viajeros europeos tras meses de cargar mochilas pesadas en latinoamérica, que al principio no quieren aceptar la presencia de la carga porque el viaje ha comenzado. Así le había pasado a Ana, que con el primer año de estar casada había ignorado señales que le gritaban que se escapara. Las señales al principio no eran tan obvias, estaban ahí pero eran como jeroglíficos indescifrables inscritos en paredes inaccesibles de sitios ancestrales. Con el tiempo los mensajes habían sido expuestos por la erosión natural del tiempo y ella se había vuelto una experta lingüista. Había empezado a interpretar mensajes claros que algo no andaba bien.




Antes de comenzar la función, estando los dos sentados en los asientos H15 y H16, Juan Carlos comía palomitas con mantequilla de su combo número 4. El mostraba una sonrisa lasciva mientras metía su mano y extraía un puñado de palomitas y se lo metía a la boca. Con una mano engullía las palomitas puñado tras puñado, con la otra sostenía la cubeta de palomitas como quien sostiene un preciado tesoro. Ana, inexpresiva, sentada con la cara apoyada en su mano y a su vez el codo apoyándose en el descansa brazos, mirando de reojo al monstruo traga palomitas que había usurpado el cuerpo de su marido pensaba “Te las vas a acabar y todavía no empieza la película”.




Con un suspiro y unos segundos largos de exhalación, Ana Luisa sintió una especie de Epifanía. Como quien descubre la razón detrás de porque suceden ciertos fenómenos físicos y con ánimos de gritar Eureka!, Ana Luisa en su lugar pensó “Ya no quiero esto”. Con sorpresa descubrió que no lo había dicho para sus adentros porque su marido le confirmó que lo había dicho fuerte y claro por lo que, sin voltear a verla, aún concentrado en la pantalla, le respondió con ligereza“¿Qué? Palomitas?”. Ella cambió su mirada inexpresiva y apareció en su cara una mueca que asemejó una sonrisa. “No”. Claro que no son las palomitas. La mueca se convirtió en una sonrisa. Un segundo había pasado. Obviamente no son las malditas palomitas. No podía recordar la última vez que había sonreído. Dos segundos. No son ni las palomitas ni tu elección basura de película. No había sentido tanta claridad. Tres segundos. Esta vez se levantó y gritó “Estar casada contigo!”. Pudo percibir el sonido del último “Glup” de su marido amplificado por el silencio que reinó en la sala de cine mientras salía.




Aún era temprano, aún tenía verdaderos ánimos de ver una película. Por primera vez se formó sola y al llegar al frente de la taquilla dijo, aún con la sonrisa en su cara “Un boleto para La La Land”.




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