capítulo 3
con los brazos cruzados





Con los brazos cruzados y los pies mojados observaba el mar avanzar y retroceder en la orilla una y otra vez.


Y con cada ola que golpeaba la arena y avanzaba como cortina hacia sus pies, ella pensaba cada vez menos en adentrarse al mar por miedo a ahogarse.


Al ser precavida en adentrarse a nadar en el mar, reflejaba ese miedo que tenía de vivir y tener que sopesar el sufrimiento intrínseco que representa estar vivo. Ese miedo que tenía de nadar y morir ahogada. Ese miedo que tenía de caminar bajo el sol por miedo a morir insolada. Ese miedo que tenía de respirar porque respirando podría morir asfixiada.


Existe una delgada línea entre vivir y tener miedo a morir, suficientemente delgada para no dejar de vivir y no morir viviendo. Para ella la línea era tan grande como la orilla del mar que le llegaba a sus pies y se extendía hacia el horizonte.


Para ella el miedo era tan presente que ya ni siquiera mojaba sus pies en el mar. Incluso había dejado de imaginar o recordar la sensación del mar en sus pies y ni si quiera el torrente de agua en su regadera le recordaba la sensación de nadar en el mar.



Con los brazos cruzados y en la entrada de su hogar ella sentía la seguridad de “vivir” sin miedo a morir. No era consciente que moría cada segundo, avanzando lentamente hacia el futuro a la tasa de un segundo a la vez. Y los segundos avanzaban sin ser consciente que jamás volverían.


No más atardeceres con los pies mojados enterrados en la arena ni atardeceres caminando por la orilla del mar.


Con los brazos cruzados sentada en su sillón frente al televisor.


Con los brazos cruzados reposando en su cama, en su hogar.


Con los brazos cruzados y con los ojos cerrados, hasta hundirse en la oscuridad, hasta el último aliento.


Mientras tanto el mar continuaba con su incesante movimiento de avanzar y retroceder, cubrir y descubrir la orilla, cambiando su nivel según la luna decidiera controlar.




-ismael moyaho ©️